martes, 25 de octubre de 2011

En el recuerdo.

He dejado conscientemente pasar unos días para hablar sobre el cese definitivo de la violencia de ETA. Cuando tuve conocimiento del comunicado estaba en compañía de unos amigos y la primera reacción fue de una inmensa alegría, ninguno de los cuatro habíamos conocido otra realidad que una sociedad tutelada por el chantaje terrorista. Un poco más tarde me asaltó  una especie de melancolía por todas aquellas personas que han sido victimas de esta locura. Y me acordé de las discusiones sobre este tema que tuve con mi madre. Desgraciadamente ella no está con nosotros para poder vivir este momento.
Era tolosarra de nacimiento y pamplonesa, o como decía ella,  txantreana de adopción. Sufría este conflicto a flor de piel. Como en muchas familias o cuadrillas en su pueblo las reuniones se convertían en silencios incómodos o en ausencias significativas en el que el tema ETA era tabú. Ha visto asesinar a vecinos suyos y ver a padres, hijos y amigos  enfrentados en la plaza con pancartas tan diferentes. Y ha oído el silencio. Ese silencio doloroso que ha acompañado a tantas familias de las víctimas.
Me acuerdo de ella con su lazo azul en los años 90. Cuando yo, en mi cobardía,  le pedía que se lo quitara por si le podía pasar algo, ella  me contestaba que había habido demasiado silencio como para no dar un paso adelante. Era época de militancia en el partido socialista, de valentía en las personas que convocadas por Gesto por la Paz se concentraban en el barrio.
En lo últimos años, ya militando en el mismo partido y en el mismo sindicato, mantuvimos muchas charlas sobre ETA y ella siempre me transmitió su firme apuesta por la Paz. Por una paz generosa pero con memoria. En este tema como en otros muchos su coherencia y su compromiso superaba al mío.
Seguro que ahora desde Izakun mirará a su pueblo y lo verá aún más hermoso.

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