El otro día estuve hablando con un
conocido que trabaja en Cáritas sobre la pobreza a raíz de la publicación de
los últimos datos sobre este fenómeno en España y en Europa.
Coincidimos en que, más allá de las
cada vez más preocupantes cifras, se esconden personas reales, con problemas
reales, que necesitan soluciones reales. Que la crisis económica y los recortes
en prestaciones sociales están agravando la situación de los pobres “clásicos”
y aflorando nuevos pobres. Ciudadanos, estos últimos, que en un plazo breve de
tiempo han pasado de estar integrados en la sociedad en dos formulaciones
actualmente básicas: trabajadores y consumidores, a ser expulsados de ella.
Personas que su red social, una vez agotada la protección pública, permiten no
cruzar la línea de la exclusión.
Nuestra sociedad se había
“acostumbrado” a convivir con una exclusión aceptable, en términos numéricos.
Eran pobres asociados a diversas problemáticas: drogas, alcoholismo, enfermedades
crónicas, etc., y generalmente carentes de un colchón familiar. La sociedad
había establecido para ellos servicios aceptables que les permitían una cierta
calidad de vida. La implantación y desarrollo de la Renta Básica, el acceso a
Sanidad Pública, los servicios creados por entidades sociales, como la propia
Caritas, etc., creaban una red de protección comunitaria que sin ser perfecta
garantizaba cierto grado de dignidad a sus vidas.
La crisis ha creado una gran
cantidad de nuevas personas con ingresos bajo el umbral de la pobreza y por
otro lado se han tomado decisiones que han supuesto una reducción de los servicios
públicos esenciales. Esta situación está obligando a las entidades sociales a
solicitar esfuerzos adicionales a sus colaboradores y a la población general
para aumentar sus ingresos, menguados por las reducciones de subvenciones y
ayudas públicas tan necesarias para abordar esta fuerte demanda.
Vemos campañas que apelan a través
de diversos sentimientos a la solidaridad hacia los más desfavorecidos, hacia
el otro, hacia el prójimo. Un “otro” cada vez más cercano, más real.
Y ese concepto de solidaridad es en
el que me quiero detener y ligarlo, aunque parezca cogido con alfileres, con
otra noticia de esta semana, las movilizaciones sindicales europeas del próximo
día 14 de noviembre. La Confederación Europea de Sindicatos, con más de 60
millones de trabajadores asociados ha organizado una Jornada Europea contra los
planes de austeridad que están agotando nuestro viejo continente. Esta jornada
está tomando diversas formas; en algunos países se van a convocar
manifestaciones y en otros, los más afectados por la crisis, en formato de
Huelga General.
No quiero entrar a debatir, en estos
momentos, sobre si las Huelgas Generales solucionan problemas, si son
oportunas, si son inevitables ante la situación de pérdida de derechos
laborales y sociales… de esto seguro que hasta el 14N oiremos mucho en los
medios de comunicación. Prefiero señalar que esta movilización, que considero
histórica, se debe plantear en una perspectiva de solidaridad. El mundo del
trabajo debe dar otro ejemplo de compromiso. De los países más ricos con lo más
pobres, de la clase trabajadora activa con la parada, de los fijos con los
precarios, de los jubilados con la juventud. Nos jugamos mucho en estos
momentos, nada menos que el modelo social que en Europa hemos ido construyendo.
Un modelo que siendo mejorable en muchos de sus elementos (fiscalidad,
sostenibilidad, consumismo desaforado) ha permitido un desarrollo de una sociedad
más justa que los modelos actuales nos quieren imponer.
Desde los ámbitos en los que nos
encontremos más cómodos (sindicalismo, ONGs, organizaciones religiosas, etc.),
espacios no excluyentes, podamos aportar nuestro esfuerzo para con los otros,
que cada vez somos más nosotros. Sin olvidar exigir a los poderes públicos, ya
que en ellos reside una parte fundamental de la responsabilidad de la actual
situación, que como servidores de lo público que son se deben a la ciudadanía y
no al Dios mercado.
Concluyo con una buena frase de una
campaña de Cáritas “Vivamos sencillamente para que otros sencillamente vivan”.
En nuestra mano está.