sábado, 20 de octubre de 2012

Por ti, por mí y por todos mis compañeros



            El otro día estuve hablando con un conocido que trabaja en Cáritas sobre la pobreza a raíz de la publicación de los últimos datos sobre este fenómeno en España y en Europa.

            Coincidimos en que, más allá de las cada vez más preocupantes cifras, se esconden personas reales, con problemas reales, que necesitan soluciones reales. Que la crisis económica y los recortes en prestaciones sociales están agravando la situación de los pobres “clásicos” y aflorando nuevos pobres. Ciudadanos, estos últimos, que en un plazo breve de tiempo han pasado de estar integrados en la sociedad en dos formulaciones actualmente básicas: trabajadores y consumidores, a ser expulsados de ella. Personas que su red social, una vez agotada la protección pública, permiten no cruzar la línea de la exclusión.

            Nuestra sociedad se había “acostumbrado” a convivir con una exclusión aceptable, en términos numéricos. Eran pobres asociados a diversas problemáticas: drogas, alcoholismo, enfermedades crónicas, etc., y generalmente carentes de un colchón familiar. La sociedad había establecido para ellos servicios aceptables que les permitían una cierta calidad de vida. La implantación y desarrollo de la Renta Básica, el acceso a Sanidad Pública, los servicios creados por entidades sociales, como la propia Caritas, etc., creaban una red de protección comunitaria que sin ser perfecta garantizaba cierto grado de dignidad a sus vidas.
            La crisis ha creado una gran cantidad de nuevas personas con ingresos bajo el umbral de la pobreza y por otro lado se han tomado decisiones que han supuesto una reducción de los servicios públicos esenciales. Esta situación está obligando a las entidades sociales a solicitar esfuerzos adicionales a sus colaboradores y a la población general para aumentar sus ingresos, menguados por las reducciones de subvenciones y ayudas públicas tan necesarias para abordar esta fuerte demanda.

            Vemos campañas que apelan a través de diversos sentimientos a la solidaridad hacia los más desfavorecidos, hacia el otro, hacia el prójimo. Un “otro” cada vez más cercano, más real.

            Y ese concepto de solidaridad es en el que me quiero detener y ligarlo, aunque parezca cogido con alfileres, con otra noticia de esta semana, las movilizaciones sindicales europeas del próximo día 14 de noviembre. La Confederación Europea de Sindicatos, con más de 60 millones de trabajadores asociados ha organizado una Jornada Europea contra los planes de austeridad que están agotando nuestro viejo continente. Esta jornada está tomando diversas formas; en algunos países se van a convocar manifestaciones y en otros, los más afectados por la crisis, en formato de Huelga General.

            No quiero entrar a debatir, en estos momentos, sobre si las Huelgas Generales solucionan problemas, si son oportunas, si son inevitables ante la situación de pérdida de derechos laborales y sociales… de esto seguro que hasta el 14N oiremos mucho en los medios de comunicación. Prefiero señalar que esta movilización, que considero histórica, se debe plantear en una perspectiva de solidaridad. El mundo del trabajo debe dar otro ejemplo de compromiso. De los países más ricos con lo más pobres, de la clase trabajadora activa con la parada, de los fijos con los precarios, de los jubilados con la juventud. Nos jugamos mucho en estos momentos, nada menos que el modelo social que en Europa hemos ido construyendo. Un modelo que siendo mejorable en muchos de sus elementos (fiscalidad, sostenibilidad, consumismo desaforado) ha permitido un desarrollo de una sociedad más justa que los modelos actuales nos quieren imponer.

            Desde los ámbitos en los que nos encontremos más cómodos (sindicalismo, ONGs, organizaciones religiosas, etc.), espacios no excluyentes, podamos aportar nuestro esfuerzo para con los otros, que cada vez somos más nosotros. Sin olvidar exigir a los poderes públicos, ya que en ellos reside una parte fundamental de la responsabilidad de la actual situación, que como servidores de lo público que son se deben a la ciudadanía y no al Dios mercado.

            Concluyo con una buena frase de una campaña de Cáritas “Vivamos sencillamente para que otros sencillamente vivan”. En nuestra mano está.
           
           


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